Las mujeres, en muchas ocasiones, tenemos el «superpoder» de la invisibilidad: espacios donde no estamos, fotos en las que no aparecemos, la Historia que se olvida de nosotras, entradas de Wikipedia que «no nos merecemos», … Esto nos ha acompañado en el pasado (como bien decía Virgina Wolf, anónimo es nombre de mujer) y se repite en la actualidad, como el día de la marmota. Algo así como en la película El Sexto Sentido, donde somos transparentes y no lo sabemos hasta el final. De esto hablé en la charla TEDx «La increíble mujer invisible»:
Pero en este post me voy a centrar en la invisibilidad fruto de la sombra de otros. ¿Qué es eso? Nada más y nada menos que el efecto Matilda. A lo largo de la Historia muchas
científicas han visto cómo sus trabajos se atribuían a hombres. El nombre de este efecto tiene su origen en el efecto Mateo, por la parábola de los talentos enunciada en el Evangelio:
Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Mateo 25: 14-30, La parábola de los talentos
El sociólogo Robert King Merton tomó las palabras de Mateo para hacer referencia a la concentración de mejores puestos de trabajo, financiación o premios en manos de aquellos investigadores que ya han alcanzado reconocimiento. Es decir, que hacen sombra sobre todo lo que tienen a su alrededor y se comen la luz del resto como si de agujeros negros se tratara. Por cierto, muy curioso como el propio Robert K. Merton puso en práctica el efecto Mateo dado que la idea la desarrolló junto a Harriet Zuckerman, pero sospechosamente su nombre no apareció en el artículo donde se publicó por vez primera. Años más tarde, se casó con ella y reconoció la co-autoría.
Aquí es cuando entra en juego la historiadora Margaret Rossiter, que le cambia el nombre al efecto de Mateo a Matilde (en homenaje a la activista Matilda J. Gage) porque identifica que las mujeres somos más vulnerables a este efecto. No hay más que ver estudios como el del Canadian Institutes of Health Research (CIHR) «Are gender gaps due to evaluations of the applicant or the science?«, que muestra cómo las investigadoras reciben menos financiación y becas porque es una pescadilla que se muerde la cola: si consigues más pasta, atraes más talento, lo que te lleva a conseguir más pasta.
Y repasando la Historia, aquí van algunos ejemplos sangrantes de mujeres científicas que sufrieron este efecto en carnes:
- Jocelyn Bell Burnell. Esta astrofísica se estaba sacando el doctorado en la Universidad de Cambridge cuando advirtió la primera señal de radio que le llevaría a descubrir los púlsares junto a su supervisor de tesis, Antony Hewish (estrellas que emiten radiación muy intensa a intervalos cortos y regulares). ¿Os imagináis quién se llevo el Premio Nobel de Física en 1974? Una pista: Jocelyn no fue. Lo recibieron Hewish y Martin Ryle: «por sus investigaciones pioneras en la astrofísica de radio: Ryle por sus observaciones e invenciones, en particular por la técnica de síntesis de apertura, y Hewish por su papel decisivo en el descubrimiento de los púlsares». Lo más hiriente es que Jocelyn tuvo que convencer a Antony Hewish porque inicialmente él se mostró escéptico porque creía que estas señales eran producidas por el ser humano.
- Jean Purdy. Esta enfermera y embrióloga británica jugó un papel clave para desarrollar la fecundación in vitro, procedimiento que llevó al nacimiento de la primera niña probeta en 1978. Sin embargo, fueron los científicos británicos Robert Edwards y Patrick Steptoe los que pasaron a la posteridad (Edwards fue galardonado en 2010 con el Premio Nobel de Medicina). Cartas recién divulgadas por la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, revelan que Edwards intentó en numerosas ocasiones que el aporte de la joven investigadora fuera hecho público, pero sin éxito.
- Lise Meitner y Otto Hahn investigaron bombardeando neutrones contra uranio y descubrieron la fisión nuclear. Ella misma explicó en Nature sus hallazgos sobre la teoría atómica y la radiactividad. Sin embargo, solo Otto se llevó el Nobel de Química. Al recogerlo, no mencionó en ningún momento la contribución de Lise Meitner.
- Las programadoras de la máquina ENIAC. Mientras que los ingenieros John Presper Eckert y John William Mauchly se hicieron famosos como los creadores, nunca se reconoció a las seis mujeres que se ocuparon de su programación (Betty Snyder Holberton, Jean Jennings Bartik, Kathleen McNulty Mauchly Antonelli, Marlyn Wescoff Meltzer, Ruth Lichterman Teitelbaum y Frances Bilas Spence). Hasta la década de los años 80, se dijo incluso que las mujeres que aparecían fotografiadas junto a ella eran solo modelos («refrigerator ladies«). Estas mujeres sentaron las bases de la programación, haciéndola sencilla y accesible pero fueron invisibles hasta que en 1986 una investigación de Kathryn Kleiman en Harvard las «descubrió».
- Rosalind Franklin. Participó en el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 pero el Nobel se lo llevaron Francis Crick y James Watson. Ambos publicaron el artículo en Nature con su propuesta de estructura para el ADN y solo la citaban en el último párrafo: «… hemos sido estimulados por el conocimiento de la naturaleza general de resultados experimentales no publicados y las ideas de Wilkins, Franklin y sus colaboradores…». Y con todo un culebrón por detrás porque Nature publicó tres artículos bajo el único título de Estructura molecular de los ácidos nucleicos. El primero, firmado por Crick y Watson, es la estrella de la revelación del descubrimiento científico, la estructura del ADN; el segundo es un artículo de Wilkins y el tercero, el de Rosalind. Wilkins, a espaldas de Rosalind, le había enseñado a Watson las fotos decisivas que ésta había obtenido (la famosa foto 51) y cuyos resultados aún no había publicado. Tuvieron que pasar varios años para que ambos reconocieran la importante aportación de Rosalind a través de las imágenes tomadas con la técnica de difracción de Rayos X.
- Marian Diamond. La Universidad de Berkeley, donde fue profesora, la describió así: «Una de las fundadoras de la neurociencia moderna, fue la primera persona que demostró que el cerebro puede cambiar con la experiencia y mejorar al enriquecerlo y quien descubrió evidencia de eso en el cerebro de Albert Einstein». En uno de sus primeros artículos importantes, uno de sus colegas masculinos la puso la última de los cuatro nombres y entre paréntesis (a pesar de que realizó la mayor parte de la investigación e inició el proyecto). Diamond se enfrentó a él, quien le dijo que nunca había escrito un artículo con una co-escritora. «Trátalo como otro nombre», le respondió Marian. Finalmente su nombre apareció primero.
- Mileva Marić. Fue una física y científica brillante pero que quedó relegada a la sombra de Albert Einstein, su marido. Las 43 cartas entre ellos que se conservan hablan a menudo de «nuestros trabajos» y de «nuestra teoría del movimiento relativo», «nuestro punto de vista» o «nuestros artículos». Al divorciarse acordaron que si él ganaba el Premio Nobel, ella se quedaría con el dinero del galardón. Albert Einstein recibió el premio en la rama de Física en 1921, cuando ya llevaba dos años separado de Mileva y se había vuelto a casar.
- Marie Curie. «¿Marie Curie?» diréis muchas personas, «¡pero si recibió dos Premios Nobel y es archiconocida». Pues que sepáis que el primero fue porque su marido, Pierre Curie, se plantó ante la Academia y dijo que o se lo daban a los dos o a nadie.
¿Qué otros casos conocéis?
Esto debiera conocerse mucho más.
Es degradante indigno y humillante para las brillantes mentes femeninas oscurecidas por el poder masculino.