Lo prometido es deuda. Anuncié que dejaría por aquí el material que usé en el curso «Educación conectada: la escuela en tiempos de redes» organizado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y una tiene palabra digital.
Nombres como Facebook, Tuenti o Twitter forman ya parte de nuestro día a día. Si bien seguimos hablando del tiempo con los vecinos en los ascensores, quizás en ocasiones nos descubramos consultando en nuestro smartphone sus últimas actualizaciones (o pasemos a hablar del tiempo en este nuevo espacio digital). Todo un cambio tecnológico, comunicacional y, como no, social (entrando en ocasiones en el debate de si es antes el huevo o la gallina). Las redes sociales no son un invento que haya surgido al amparo de internet. Siempre han existido, solo que ahora se ha incrementado el tamaño de las mismas gracias a la tecnología. Como dice Genís Roca, “la capa digital es como un superpoder que permite ampliar las capacidades de los seres humanos”. La cuestión está en quién tiene ese superpoder, quién quiere este poder y quién puede tener este superpoder. Pero una cosa es ya evidente: los jóvenes de hoy en día vienen con el superpoder de serie. Pero ojo, porque su superpoder consiste en sentir como algo natural a la tecnología y no temerla. Pero no supone que vengan aprendidos de sus peligros o de sus posibilidades. De hecho, descubrimos en ocasiones que al dar por asumida esa tecnología, se dejan de hacer preguntas.
La incertidumbre que nos genera lo que no podemos controlar, normalmente nos paraliza. El ser humano por naturaleza necesita gobernar lo que hace, entender lo que le rodea. Tendemos a asimilar lo desconocido como un peligro potencial en vez de hacerlo como una oportunidad. Es por esto, que las nuevas tecnologías nos provocan una serie de miedos que tendremos que aprender a controlar: la celeridad con la que cambian (muy típica también de la sociedad en la que vivimos), la privacidad, las condiciones de uso (o abuso) de algunas plataformas… Como personas, ciudadanos, podemos elegir: vivir en la red (residentes digitales), visitar la red (visitantes digitales), incluso ignorar la red. Pero como padres, formadores, docentes… tenemos la responsabilidad de conocer, puesto que vamos a educar para vivir en la red. Los que estamos fuera de esos límites difusos que nos pone la etiqueta “nativos digitales”, seguimos dando vueltas a esto de la identidad digital recursivamente sin percatarnos de que, los que vienen por detrás, ya no se lo plantean y nos miran con caras raras. Su identidad digital está más que asumida y dan por hecho también que la identidad digital de las instituciones que les rodean debería ser así.
Para diseñar un plan de medios sociales para un centro educativo tenemos que arrancar respondiendo a una serie de preguntas que nos marcarán el rumbo del mismo: ¿qué objetivos perseguimos con los medios sociales en internet? ¿a quién nos queremos dirigir? ¿dónde lo haremos? ¿cómo y cuándo? ¿cómo mediremos la efectividad de nuestras acciones? Estas respuestas determinarán un modelo de presencia en la red que debe quedar recogido negro sobre blanco, evitando así la improvisación y los bandazos, porque en internet los patinazos se pagan caros. Debemos tener en cuenta que no se trata de un plan aislado, sino que debe formar parte del plan de comunicación global que integrará acciones online y offline. Además, debe quedar también claro qué personas serán las responsables de ejecutar esas acciones, para que no quede como una serie de obras aisladas hechas por voluntarismo.
Durante el curso, dividimos la sesión según las preguntas que debe responder el plan de medios sociales, para trabajar luego en grupo esas cuestiones. De hecho, hicimos en clase un esqueleto que podéis consultar y comentar. La experiencia fue de diez. Como siempre, acabo yo aprendiendo casi más que enseñando. Agradecer a José Luis Cabello y Carlos Magro la oportunidad y a todas las personas con las que coincidí por hacerme sentir como en casa :-).
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