Todas las Navidades, llegadas estas fechas, hay un fenómeno que no deja de maravillarme: ese contador invisible que tenemos las personas asociado al año natural. Es decir, el balance que hacemos de lo ocurrido durante 365 días (o 366 si toca bisiesto) y cómo cambiando del 31 de diciembre al 1 de enero (… o al 2 si la resaca es larga), parece que las cosas se resetean y ponemos el taxímetro a cero.
La semana pasada leía a muchas personas que querían dar por acabado 2016 porque había sido negro en muchos aspectos y esperaban con ansia el 2017 para ver si llegaba florido y hermoso. Pero oye, fue estrenarlo y seguir con la misma cantinela de fondo: atentados, asesinatos de mujeres, personas refugiadas…
Y a nivel personal hay una palabra clave en todo esto: propósitos. Esos que se repiten como el día de la marmota. Es curioso como el 11 de mayo no nos ponemos con ellos. Tampoco el 23 septiembre. Solo pasa el 1 de enero. Nos comemos las uvas con la esperanza de que esa superstición nos regale un año redondo. Como si unas campanadas fueran dueñas de nuestro destino. Algo externo. Porque claro, de nosotros y nosotras no depende esa felicidad. Por supuesto que hay cosas que no podemos controlar pero recordad: «Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una cosa: la libertad de elegir cómo responder a esas circunstancias.» (Viktor Frankl). Así que ya no vale echar balones fuera. En nuestra mano está hacer que este 2017 esté plagado de flores. Hagamos balance diariamente, porque si esperamos al 31 de diciembre, igual se nos olvida regarlas el resto del tiempo:
Imagen de flattop341 (CC by)
Simple, pero importante la reflexión: plantar para recoger. La mayor parte de lo que nos sucede no sucede porque sí. Ale, manos a la obra 🙂
Sea como sea, que te venga bonito este 2017 y que plantes muchas flores.
¡Y que podamos compartir ramos, Julen 🙂 !