En 1444 una tecnología revolucionó el mundo: la imprenta moderna. Gracias a ella, el conocimiento ya no estaría en manos de unas pocas personas. Aún así, su irrupción fue recibida con bastantes recelos. El humanista y conocido editor de la época, Hieronimo Squarciafico, expresó su preocupación ante este nuevo invento: «La abundancia de libros hará a los hombres menos estudiosos». Y es que la tecnología siempre ha sido “sospechosa” por su impacto en la distribución de la riqueza (bien sea económica o intelectual) y por la impronta que deja en el mundo laboral, destruyendo empleos y generando nuevas profesiones jamás imaginadas.
Con el paso de los años, el impacto de esa tecnología ha pisado el acelerador, igual que lo ha hecho su evolución y también el tiempo que tenemos para reaccionar y adaptarnos a ella. Porque debemos hacernos una pregunta: ¿la transformación digital va de tecnología? Al igual que el cuerpo humano, que es un 75% de agua, la transformación digital es una parte tecnología y tres partes humanas. No solo consiste en introducir “cacharrería” sin un objetivo claro, convirtiéndola en el fin en vez de el medio. De hecho, con esta estrategia, se puede convertir en un caballo de Troya en nuestra organización debido a nuestra inherente resistencia al cambio. Pero a pesar de esa resistencia, la digitalización es un tsunami imparable que todo lo arrastra.
¿A qué perfiles profesionales afecta/afectará esa transformación? La respuesta es sencilla: a todos los ámbitos (salud, automoción, educación, comercio, seguros…). No se salvan ni aquellos en los que interviene la creatividad, capacidad que creemos alejada de los unos y ceros digitales. Ya son varios los proyectos en los que, mediante inteligencia artificial y big data, se están creando guiones de películas o trailers sin la intervención humana. Hasta Netflix fue capaz de inferir que la serie House of Cards sería un éxito antes de su estreno analizando la información recogida anteriormente de sus telespectadores.
Y es que durante 2017 escucharemos de manera recurrente conceptos como inteligencia artificial, machine learning, big data, robots, asistentes virtuales, algoritmos… La inteligencia artificial ha alcanzado ya a los relatos de ciencia ficción que nos han contado durante años a través de la literatura, el cine y la televisión. Isaac Asimov, Philip K. Dick, George Orwell o Arthur C. Clarke inventaban en los años 50 distopías que se están cumpliendo hoy en día. Y hay informes nada halagüeños, como el del World Economic Forum presentado en Davos 2016 (“The Future of Jobs”), que enuncia que la digitalización de la industria supondrá la creación de 2,1 millones de empleos para 2020 pero, a su vez, la desaparición de 7,1 millones, dejándonos un déficit de 5 por el camino y poniendo contra las cuerdas a la sociedad dado que deberá enfrentarse no solo a dilemas políticos y económicos, sino también éticos y morales.
Las empresas e industrias también sufrirán esa revolución digital, porque en muchos casos serán los “intrusos tecnológicos” (Google, Facebook, Airbnb, Amazon… ) los que remuevan ámbitos donde no se les esperaba, dictando nuevos modelos de negocio a los actores que tradicionalmente venían controlando esas áreas. Hay muchas industrias en el punto de mira: agencias de viajes tradicionales, talleres de automóviles, asesorías financieras, logística, aseguradoras de coches…
Ante estos vientos huracanados, solo tenemos dos opciones: correr a refugiarnos o construir molinos.