Un lunes gris plomizo a juego con el tiempo, me siento delante del ordenador, como otro día de la marmota más. Pero la bandeja de entrada me reserva un regalo inesperado. Un mensaje de mis sisters de la India, para preguntarme qué tal me encuentro y contarme que mis niñas están preparándose para los exámenes de abril. Apenas un par de párrafos, porque ellas son escuetas y se manejan mejor en gujerati que en inglés. Pero lo suficiente para que algo se remueva dentro. Un no sé qué que qué sé yo… Un cúmulo de sentimientos que, de nuevo, no soy capaz de verbalizar, así que me obligo a escribirlos para procesarlos.
Y es en ese preciso instante cuando me doy cuenta de que he ido dejando pedacitos de mi corazón por el mundo (India, Filipinas,…) y que, sin embargo, lo siento más completo que nunca. Qué curiosa paradoja: vaciándote, te llenas.
Me invade la necesidad de volver a ver esas fotos, esas miradas, esas sonrisas… que serán siempre testigo atemporal que ponga letra y música en mi cabeza y corazón.
Sé que no leeréis esto, pero necesito lanzar este mensaje al mar de internet: gracias por todo lo que me distéis y aún me dais. Gracias por resignificarme conceptos como el de alegría y acogida. Pero sobre todo, gracias por plantar esas semillitas que ahora van floreciendo, hasta en pleno invierno.
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