Este artículo fue publicado el 18 febrero de 2020 en The Conversation.
Acabamos de pasar el 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y los datos nos dicen que hay poco que celebrar y mucho que reivindicar. Al menos eso ocurre en ámbitos como las ingenierías. Si nos fijamos en la evolución de alumnas matriculadas en informática en España de 1985 a 2019, vemos que en el primer año del que se tienen datos (curso 1985-86) se matriculó un 30,12 % de mujeres. En el 2018-19 la cosa había caído hasta el 13,17 %.
¿Qué ha pasado en estos años para que las mujeres hayan desaparecido de la ecuación tecnológica? En el ámbito académico se suele hablar de la la tubería que gotea (del inglés, leaky pipeline), por cuyos muchos agujeros vamos desapareciendo a lo largo de nuestro recorrido, hasta que, llegada la etapa profesional, nos hemos evaporado casi del todo.
Algunos de los más grandes agujeros son la falta de referentes femeninos en los que las niñas se puedan mirar, los sesgos y estereotipos, la falta de comprensión sobre las titulaciones y en qué se podrá trabajar en el futuro y las expectativas sociales y familiares.
Pero si hay un agujero de dimensiones descomunales y presente en todas las etapas vitales es el de la confianza.
La brecha comienza a los seis años
Empecemos analizando su efecto en la infancia: en una investigación publicada en 2017 en la revista Science, se preguntaba a niños y niñas si, cuando se les hablaba de una persona especialmente inteligente, creían que era de su género o del contrario.
Cuando tenían cinco años, no se observaban diferencias: en un 75 % de las ocasiones cada uno escogía su propio género. Sin embargo, a partir de los seis, mientras que los niños seguían escogiendo hombres como «muy, muy listos» en un 65 % de las veces, las niñas solo seleccionaron su propio género el 48 % de las ocasiones.
Christia Spears Brown, profesora de psicología y autora del libro Crianza más allá del rosa o el azul, declaró para BBC que estos resultados encajan con investigaciones anteriores que encontraron que familias y profesorado tienden a atribuir las buenas notas en el colegio al esfuerzo de las niñas, pero a la habilidad natural en el caso de los niños.
Falta de confianza en la adolescencia
Seguimos avanzando y llegamos a los 15 años, momento en el que hacen la prueba PISA. Según los datos del informe de 2015, las niñas se creen menos capaces que los niños a la hora de alcanzar objetivos que requieran habilidades científicas. Es lo que se denomina como autoeficacia: confianza en la propia capacidad para lograr los resultados pretendidos.
Las alumnas tienden a sufrir un mayor sentimiento de ansiedad con las matemáticas, incluso las que tienen mejor rendimiento académico. Tanto es así que un estudio demostró que si pones un examen de matemáticas idéntico a estudiantes de 12 años, uno bajo el encabezado “Geometría” y otro bajo el de “Dibujo”, ellas obtenían mejores calificaciones en el de “Dibujo”.
Si revisamos el informe PISA 2018, en las respuestas de las chicas sobre la motivación para alcanzar un logro hay un desfase importante en la afirmación “me considero una persona ambiciosa”. Se muestra que la percepción de la ambición femenina es muy diferente de la masculina.
Una profecía autocumplida
A esto se le suma el efecto Pigmalión o la profecía autocumplida. Este fenómeno se refiere a que las expectativas que tenemos sobre el rendimiento de una persona le incitan a actuar conforme a ellas. Es decir, las esperanzas que tengan docentes, familiares y la sociedad en general inciden en el desempeño de nuestras niñas.
Por ejemplo, si tengo un docente que piensa que voy a obtener muy buenas calificaciones, esto elevará mi autoestima y me incitará a trabajar para conseguir los resultados que se esperan de mí. Pero lo mismo sucede en sentido inverso: efecto Pigmalión negativo o efecto Golem, que hace que la autoestima disminuya. Si en la sociedad decimos que a las niñas no se les van a dar bien las matemáticas, se produce un bloqueo en ellas.
El síndrome de la impostora
Cuando llegamos a la etapa profesional, el agujero persiste (no solo por el síndrome de la impostora). Un análisis que hizo la empresa tecnológica Hewlett-Packard mostró que las mujeres solicitaban una promoción interna solo cuando creían que cumplían con el 100 % de las condiciones enumeradas para el puesto. Los hombres se postulaban con un 60 %.
En cuestión de salarios, nos pasa lo mismo. Según un estudio realizado por Linda Babcock, profesora de Carnegie Mellon University, los hombres negocian cuatro veces más que las mujeres y, cuando ellas lo hacen, piden un 30 % menos.
Como se puede ver, hay mucho agujero que tapar en la tubería. La buena noticia: que cada vez hay más manos para cubrir cada uno de ellos. Ojalá llegué un 11 de febrero en el que realmente podamos celebrar.