Sigo procesando poco a poco lo visto y vivido en el encuentro en Kivu Sur con agentes de transformación locales para conocer de primera mano el trabajo y relato de mujeres congoleñas. Recuperar las notas de mi cuaderno, los testimonios de mis compañeras, las fotografías tomadas o los mensajes que seguimos intercambiando, duele… pero no tanto como apartar la mirada. Y es que, quien piense que aquí no estamos conectadas con lo que sucede en República Democrática del Congo, está muy equivocada.
Minerales en conflicto
La semana siguiente a nuestra vuelta, en Ekoetxea Meatzaldea, Caddy Adzuba, abogada, periodista, activista y Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, nos pidió que levantáramos la mano si teníamos un smartphone o un coche eléctrico / híbrido. No hubo nadie que tuviera bajado su brazo. “Entonces mantenéis un hilo con nosotras”. Y es que RD Congo sufre la llamada “maldición de los recursos naturales” (odio esta expresión porque la Naturaleza no es precisamente un recurso, sino que formamos parte de ella, aunque se nos olvide).
Por ejemplo, para fabricar nuestros móviles se necesitan cuatro minerales que vienen de ese país: el oro (que se usa para cubrir el cableado), el coltán del que se extrae el tantalio (que almacena la electricidad para que suene), la casiterita de la que se extrae el estaño (que se usa para soldar los circuitos) y la wolframita de la que se extrae el wolframio (que hace que vibre).
Sin ir más lejos, el 80% de las reservas mundiales de coltán se encuentran allí. De hecho, los dos estados donde hay más abundancia son RD Congo y Colombia, que tienen algo más en común: son lugares donde se viola a las mujeres, donde son asesinadas, masacradas, esclavizadas, a cambio de que el capitalismo se haga más fuerte.
Adzuba nos volvió a interpelar: “La culpa no es vuestra directamente. Yo también tengo un smartphone. Es de la política internacional, del capitalismo… Pero cuando la casa del vecino arda, seamos todas bomberas. Porque todas tenemos algo que hacer en esta partida.”
La violencia como herencia de guerra
El este de la RD Congo se ha sumergido en una crisis humanitaria, social, política y económica que no hace más que aumentar año tras año y que cuenta con la implicación de un gran número de grupos militares y rebeldes armados, locales y regionales que luchan por controlar los recursos minerales de la zona. Estos grupos entran en las comunidades sabiendo a quién tienen que atacar: las mujeres. No es aleatorio. Por ejemplo, nos cuenta Adzuba que en una comunidad donde había 10 defensoras de los derechos de las mujeres que tenían identificadas, las enterraron vivas por dar voz y proteger esos derechos. También nos cuenta cómo, cuando los grupos armados llegaban a los poblados, los hombres huían y dejaban a las mujeres solas con las niñas y niños. Entonces las violaban e incluso hacían que los niños violaran a sus madres y hermanas.
En este contexto de inseguridad e inestabilidad, las mujeres necesitan huir. Por eso hay mucho desplazamiento interno. Y a lo largo del proceso migratorio siguen sufriendo violencia. “Las mujeres salen de la miseria pero se encuentran con una miseria mayor. Y un ejemplo de esto es la minería.” Se enfrentan a prostitución forzada, a trabajar sin sueldo, a amenazas y abusos constantes.
Esto mismo nos contaron las mujeres de la mina artesanal de Kadumwa (Luhwindja), minería hecha con las manos a través de pico y pala, cincel y martillo. Yoel (22 años) es viuda y tiene a su cargo 4 hijos. Todas las mañanas, cuando tiene algo de dinero, baja para que los chicos/hombres le vendan una piedra extraída de uno de los pozos por $ 2. Ella la picará y lavará, y si tiene suerte y encuentra algún mineral, lo venderá por $ 4. Si no, ese día se irá a casa con las manos vacías. Tiene dolencias físicas en espalda y manos por su trabajo, pero aún así dice que su situación ha mejorado mucho porque antes trabajaba transportando piedras. Su sueño es conseguir el dinero suficiente para volver con su familia, con la que lleva más de 5 años sin poder comunicarse.
Pero no todas las mujeres tienen recursos para comprar piedras. Muchas otras tienen que trabajar cosiendo ropa, recogiendo agua para limpiar el mineral o poder beber (nos cuentan que tienen que transportar hasta 20 bidones al día para obtener el mínimo que sustente a sus familias)… y a la prostitución.
A los pozos solo pueden entrar hombres a picar (las mujeres tienen prohibido el acceso porque existe la creencia de que su presencia “gafa” la producción de minerales). Así que son ellos los que deciden qué piedras venden a las mujeres y muchas veces las estafan, dándoles las peores que pueden tener menos minerales. Algunas de las personas con las que nos encontramos, nos dicen por lo bajo que, aunque no los veamos, también hay niños trabajando en los pozos. La activista y coordinadora de Synergy of Women for Victims of Sexual Violence, Justine Masika, nos cuenta que hay una frase de aviso (“va a llover, va a llover”) que usan para que esos niños se escondan cuando viene gente de fuera. También nos dice que es falso que se respete el código minero que prohíbe que mujeres embarazadas trabajen (cosa que nos había asegurado el jefe del comité de las minas). Habla de manera directa y sin tapujos. Pero esto también tiene un alto coste para ella: en 2012 tuvo que exiliarse y vive permanentemente amenazada.
Tecnología Libre de Conflicto
Adzuba cerró su conferencia en la zona minera vasca diciéndonos que: “Hoy os convertís en nuestras aliadas, nuestros altavoces, ya no vale decir que no sabéis lo que está ocurriendo.” Tú, que lees esto, también lo sabes ahora. Y al igual que ese aleteo de mariposa que puede tener efecto a millones de kilómetros, en nuestras manos hay mucho que podemos hacer:
- Incidencia política. Presionar para que exista una cadena de trazabilidad que obligue a las empresas a mostrar de dónde salen los materiales que emplean. La minería industrial transnacional delega en la minera artesanal local la extracción. De manera que “cumplen” las leyes, dejando las vulneraciones de derechos en manos de la artesanal.
- Alargar la vida de nuestros smartphones y reciclarlos. También tenemos marcas que hacen una apuesta por el mínimo impacto negativo posible para las personas y el planeta.
- Incidencia social en nuestro entorno y ser una voz más que visibilice esta realidad.
Por todo ello, te animo a seguir de cerca la campaña Tecnología Libre de Conflicto (TLC) de la ONG ALBOAN, para romper los vínculos entre tecnología y violencia.