Cogiendo el metro y bajándonos en la parada de Westmister ya tenemos un conjunto de edificios característicos en apenas pocos metros. A un lado del Támesis está el emblemático Big Ben con el Palacio de Westminster que alberga el Parlamento (la Cámara de los Lores y los Comunes), la Abadía de Westminster y la Catedral. La torre con el reloj más famoso del planeta realmente debe su nombre a la enorme campana que se encuentra en su interior (¡de más de 13 toneladas!). Su tamaño y envergadura deja a cualquiera boquiabierto.
Al otro lado del río ya nos saluda la inmensa noria más conocida como el London Eye junto al County Hall (que alberga el Aquarium y el Dali Universe). Este tremendo ojo londinense fue construido con motivo del cambio de milenio en el año 2000 y su estancia estaba programada para cinco años. Sin embargo, debido a su éxito se ha convertido en una atracción permanente. Sus enormes cápsulas tardan unos 30 minutos en dar una vuelta completa. Va tan despacito que no para nunca para que la gente suba. Lo pueden hacer en movimiento. Eso sí, igual de despacito van las colas para comprar los tickets por un lado y para montarse por otro.
Si avanzamos dirección a Trafalgar Square, pasaremos junto a Downing Street: en esta famosa calle, en el número 10 para ser más precisos, vive el Primer Ministro (en el 11 está su vecino, el Ministro de Hacienda). Pero no os decepcionéis si os topáis con unas bonitas y enormes rejas que impiden vuestro paso. Desde 1989 no se puede acceder para evitar así posibles ataques terroristas. Como mucho podréis sacar fotos a los bobbies que las custodian.
Al lado tenemos también la Horse Guards Parade, lugar donde pacientemente la guardia montada de la Reina aguanta impasible, subidos a sus caballos, sin mover ni una pestaña mientras los turistas se sacan fotos y les hacen muecas (y con el olor a excremento bajo sus pies). Eso sí, ojito con los jamelgos, que no tienen la misma flema inglesa y pueden pegarte un buen bocado o una coz. Ver el cambio de esta guardia (a las 11:00 diariamente) es más recomendable que el de Buckingham porque suele congregar a menos gente.
Justo cuando llegamos a Trafalgar, tenemos a mano izquierda el Admiralty Arch incitándonos a que dejemos para más tarde la plaza y lo crucemos para llegar hasta el Palacio de Buckingham por la majestuosa avenida The Mall. Tenéis que encontrar la nariz al arco ;-).
Antes de alcanzar la residencia de la reina, tenemos St. James’s Park, Green Park (haremos un análisis a fondo de todas las zonas verdes que dan oxígeno a la ciudad), Marlborough House, Clarence House (morada de la reina Madre hasta su muerte y actual de Carlos y Camila), … Cuando veamos el dorado Queen Victoria Memorial, habremos llegado hasta los aposentos de la reina. Si ondea la bandera de Inglaterra, es que no está en casa. Si está la enseña real, igual sale a saludarnos y todo ;-). Ver aquí el famoso cambio de guardia es misión imposible. Tendrás que ir varias horas antes para coger sitio en sus verjas.
Tras este paseito ya podemos volver a Trafalgar Square para disfrutar del capitán Nelson, sus fuentes, la National Gallery y la iglesia de St Martin’s-in-the-Fields. Tampoco nos podemos perder el cuarto pedestal o fourth plinth en la esquina nororiental de la plaza. En esta peana iban a colocar la enésima estatua ecuestre pero se quedaron sin dinero y decidieron poner en su lugar una obra de arte contemporáneo que estuviese durante 18 meses, para ser luego sustituida. En mi viaje tocó el Nelson’s Ship in a Bottle de Yonki Shonibare pero están ya buscando al próximo inquilino mediante votación popular.
Ya que estamos por aquí es inevitable que entremos a la National Gallery por varias razones: no suele tener muchas colas, es gratis (ya sabemos como nos llama eso ;-)) y tiene obras interesantes para ver como mi segunda versión de Los Girasoles de Van Gogh (la primera la vi en Múnich, así que ahora sólo me quedan las otras tres que pululan por el mundo).
No muy lejos de aquí tenemos la estación de Charing Cross que se considera el centro de Londres y es su kilómetro cero; innumerables teatros en el West End, siendo uno de los más conocidos el Her Majesty’s Theatre (me pregunto que pasará con el nombre de este lugar el día que Inglaterra esté reinada por un hombre ;-)); Leicester Square con los conocidos cines Odeon (lugar donde se hacen los grandes estrenos y por donde pasean las estrellas) y la caseta de Tkts (espacio igual al que hay en NY donde venden entradas para el teatro a mitad de precio). Y por supuesto la plaza más retratada: Picadilly Circus. Con su estatua de Eros y sus carteles luminosos, es un lugar de quedada por excelencia. Eso sí, si habéis visto Times Square, os entrará la risa con los paneles publicitarios de Picadilly ;-). En esta intersección nace una de las calles más caras de la ciudad: Regent Street. No os perdáis Hamleys, una de las tiendas de juguetes más grandes del mundo (menudos precios que tienen los ositos aquí…).
En capítulos anteriores:
La familia real británica lo tiene fácil en cuestión de igualdad de género. Ese teatro pasará a llamarse His Majesty’s Theatre, lo mismo que el himno nacional se canta God save the King cuando gobierna un pisha.
Ventajas de ser inglés, que todavía las hay. Yo soy un gran admirador de todo lo británico. Creo que este país tiene mucho que aprender de la pérfida Albión.
@Patxi: has puesto en jaque mi curiosidad y he estado echándole un vistazo al «God save the King«. Son tan longevas las queens, que tenía la sensación de que siempre había estado en el trono una mujer (a ver si me pongo a ver la serie Los Tudor ;-)).
Buena apreciación, Lorena. En la historia de la Gran Bretaña tienes unos cuantos reyes, pero en general no han dado tan buen resultado. En el siglo XX hubo nada menos que cuatro: Eduardo VII, Jorge V, Eduardo VIII y Jorge VI, el primero de la dinastía Sajonia-Coburg y los otros tres de la Windsor.
Más atrás en el tiempo está la de Hannover, a la cual perteneció la reina Victoria (¡64 años en el trono!). A modo de curiosidad, la melodía del himno nacional de Inglaterra -God save the Queen/King- es la misma que la del himno de la casa real de Sajonia, que lo fue también de Prusia y finalmente de Alemania entre 1871 y 1918.
Por diversas razones esa charanguilla tan pegadiza, que tanto hemos escuchado en los partidos de fútbol y las películas de Peter Sellers, nunca fue popular en la Europa Continental.