Artículo publicado en la Revista Deusto Nº 146 (julio 2021).
El mundo digital va recorriendo su camino a gran velocidad, pero en muchas ocasiones se parece más de lo que pensamos al analógico. Sin embargo, hasta que no hacemos las analogías o puentes entre ambos, nos cuesta comprenderlo. Ese es el caso de una de las últimas tecnologías de moda: los tokens no fungibles o NFT por sus siglas en inglés. Si os digo que son activos criptográficos basados en blockchain con códigos de identificación y metadatos únicos que los distinguen entre sí, me imagino la cara de muchas personas al leerme. Pero si os hablo del cuadro más caro vendido de la historia, seguro que es más fácil entender una de sus aplicaciones. Salvator Mundi es una pintura de Cristo como salvador del mundo de Leonardo da Vinci, datada en torno al año 1500. La pintura fue vendida en una subasta en Christie’s el 15 de noviembre de 2017, por el módico precio de 450 millones de dólares. Hay muchas copias del cuadro, pero solo el original tiene ese valor. Pues esto mismo se ha implementado con los NFT, pero ahora aplicado a ficheros digitales. Por ejemplo, el artista Mike Winkelmann, conocido como Beeple, ha vendido también en la misma casa de subastas por 57 millones de dólares su obra Everydays – The First 5000 Days (5.000 imágenes digitales creadas durante 13 años en un único “lienzo” de 21.069 x 21.069 píxeles). Por supuesto, en Internet puedes encontrar muchísimas copias, pero solo el fichero original sellado con lo que se conoce ya como su pasaporte digital, tiene ese valor. De hecho, se ha convertido en la obra digital más cara de todos los tiempos y la tercera más costosa jamás subastada en Christie’s de un artista aún vivo. También ha provocado que un público joven se haya acercado a una casa de subastas por vez primera, dotando de valor a un bien digital al igual que hasta ahora se lo hemos dado a cualquier bien físico que consideramos que es único.
Esto mismo se ha empezado a aplicar a otros contenidos. Por ejemplo, el primer tuit de la historia lanzado por Jack Dorsey, el CEO de Twitter, el 21 de marzo de 2006, se ha vendido por 2,9 millones de dólares, convirtiéndose en uno de los «activos» digitales más importantes de la era de las redes sociales.
Otro ejemplo curioso es el del meme de la “niña desastre”, la famosa imagen de Zoë Roth, una niña de cinco años frente a una casa en llamas con un ya característico gesto de malicia. La fotografía que tomó su padre y subió a las redes sociales se volvió viral y se ha mantenido en el tiempo como algo ya icónico. Esta joven, que ahora ya cuenta con 21 años, la ha vendido por 500.000 dólares usando NFT y costeándose con ello sus estudios universitarios. El meme se puede seguir compartiendo, pero el original está en manos de alguien como si fuera un sello de coleccionista. Esa es precisamente la clave que arrastramos del mundo analógico: el acuerdo social de que esa es una pieza, objeto o bien intangible que tiene un valor diferencial y exclusivo. Y para ello se usa la tecnología blockchain, en la que se basan las criptomonedas, y que permite hacer una trazabilidad de la obra y comprobar que es única e intransferible.
¿Sera esta tecnología la nueva revolución digital o una burbuja más a pinchar? El tiempo lo dirá.