India no deja de asombrarnos. De hecho, eso nos ha pasado con el monzón, que nos ha sorprendido en medio del Norte de Gujerat, con sus lluvias torrenciales. Pero sobre todo, nos ha llamado la atención cómo es percibida aquí la lluvia. El agua es alegría. Es signo de buena suerte y de cosechas. Y es que en India hay tres estaciones: invierno, verano y monzón. Cada una dura cuatro meses. De junio a septiembre es la época de lluvias, que propicia que se enfríe un poco el ambiente, así que de octubre a enero tienen su particular invierno. Y tras él, el verano, con temperaturas en ocasiones de más de 40 grados. Esto también determina las vacaciones en los colegios, que dependiendo de la región de India (este país es como un continente), pueden llegar en abril o mayo. Ahora, en pleno agosto, están en clase.
Tras nuestro paso por Ahmedabad, para conocer proyectos sociales y hacer una primera toma de contacto con la zona, nos hemos dividido por parejas para asentarnos durante tres semanas en un colegio. Mi compañera y yo teníamos como destino Radhanpur, pero tras tres días de lluvia ininterrumpida, sin luz y con el colegio e internado inundados, hemos tenido que ir moviéndonos a otros lugares. Eso nos ha brindado la oportunidad de conocer diferentes colegios (y realidades), como el de Deesa o Mandali, en el que ahora estamos. En seguida se nota si el colegio está enfocado a las clases más pobres y con menos oportunidades, como los dalits y adivasis. Pero lo que es una constante en todos ellos es el recibimiento que te hacen: todos los estudiantes esperándote, un programa cultural con bailes o representaciones de la zona, y luego un collar de flores o la famosa tika en la frente. Pero la cosa no se queda en el recibimiento oficial. El oficioso es aún mejor. Niños y niñas te miran en un primer momento con timidez, pero pronto sucumben a su curiosidad y terminan rodeándote, dándote la mano y repitiendo sin parar, como loritos, “Good morning, teachers”. La suerte de alojarte junto al colegio es que además te da la oportunidad de conocer el boarding (internado) desde dentro, y en nuestro caso, a las niñas que viven aquí. Son como una gran familia, dado que las suyas apenas las pueden visitar los fines de semana, y en ocasiones, si viven en alguna aldea alejada, cada más tiempo. Están llenas de alegría, pero también hemos percibido que aquí la infancia dura muy poco. Su día a día es increíble: se levantan a las 6 de la mañana. Hacen las tareas de casa, estudian varias horas y desayunan, todo esto antes de ir al colegio. Luego, cogen sus mochilas, que en muchas ocasiones son más grandes que ellas. Por cierto, es curioso ver a Dora la Exploradora o Spiderman en ellas. A las 11:00 empieza el colegio (los pequeñitos de la guardería han entrado antes). Ese arranque también nos choca: se reúnen en el hall todos los estudiantes (mayoría de chicos, porque las niñas tienen menos posibilidades de acceder a la educación), donde cantan varias canciones y recitan cosas en gujerati o hindi. Parecen un ejercito, con sus uniformes. Es una de esas ocasiones en las que nos da la sensación de que son pequeñas marionetas, que tienen una gran disciplina (no hay más que ver cómo rompen luego filas para dirigirse a sus aulas, sin apenas hacer ruido), pero cuentan con pocos espacios para la creatividad y esa infancia que echamos en falta. Al mediodía tienen un corto parón para comer, y de nuevo a clase para terminar a las 17:00. Nosotras nos hemos integrado en las clases del L.R.C. (Language Resource Centre).
Tras el colegio, vuelven a su respectivo boarding (aquí hay coeducación, pero su concepto de coeducación es que en clase están niñas y niños juntos, pero no revueltos). Toca lavarse los dientes, darse una ducha y lavar su ropa. El poco tiempo que les sobra, lo pueden emplear para jugar… pero apenas son unos minutos. De 18:30 a 19:30, de nuevo tienen estudio, haciendo los deberes de clase y tareas que nos piden a nosotras. Tras la cena, llega su auténtico tiempo de ocio. Tienen un rato para bailar, cantar y jugar juntas. Ese momento es el que más he disfrutado hasta ahora con ellas. Y puntuales, a las 21:00, aún tienen una hora más de estudio en silencio, antes de irse a la cama (no os imaginéis camas, ni siquiera colchones, porque duermen en el suelo). Se me encoje el corazón escribiendo esta rutina y pensando en mi sobrina de 3 añitos. Y aún más pensando que estos niños y niñas son las privilegiadas que pueden recibir educación.
Preciosas crónicas, Lorena. Me da que este viaje tuyo va a cumplir con el tópico de que a casi toda aquella persona que vive una temporada en este gigante, le cambia un poco la vida.
Seguiré leyendo tus peripecias indias con interés.
Un saludo!!
@lucce: está siendo una experiencia con mayúsculas. Gente impresionante y grandes contrastes. Tremendo.