Existe una expresión tagala que usan frecuentemente los filipinos: bahala na, que en castellano vendría a decir “que pase lo que tenga que pasar”. Más que una expresión es casi una filosofía de vida. Una forma de afrontar los problemas y lo que nos viene. No se trata de resignarse, sino de aprender técnicas para sobreponerse a lo inesperado y estar agradecidos por el regalo de cada día. Repitiendo este mantra arranco mi andadura por este país, de la mano de la ONGD FISC.
Ha pasado ya una semana desde que puse un pie por vez primera en Filipinas. Días necesarios para tomar contacto y adecuar cabeza y cuerpo al cambio (altas temperaturas con humedad, jetlag, más de 22 horas de viaje…). Si no conocéis Filipinas, os diré que es algo así como un puzzle compuesto por más de 7.000 islas (7.107 para ser exactos), aunque se podría dividir en tres grandes trozos: la isla del norte, Luzón, donde está la capital Manila; un grupo de islas centrales y quizás la zona más turística, denominado las Bisayas; y la isla del sur, Mindanao. Esta última isla es mi destino, más en concreto la ciudad de Cagayán de Oro.
Si tuviera que describir Filipinas y su gente, quizás diría que es el país más latino de todos los de Asia que he visitado: gente alegre, amable y optimista, calles animadas plagadas de puestos para comer, tráfico caórdico (esto creo que es una constante en muchos otros lugares) y mucha vida nocturna. Varias etnias, religiones y culturas conviven a lo largo de sus islas, así que la amalgama idiomática es también interesante: dos idiomas nacionales, filipino (también conocido como tagalo) e inglés; ocho regionales (bicolano, cebuano, hiligainón, ilocano, pampango, pangasinense, tagalog y samareño) y cientos de dialectos. Aunque antiguamente fuera una colonia española, apenas quedan personas que sepan actualmente hablar castellano. Son muchas las palabras en español que puedes encontrar en tagalo pero se pronuncian y escriben diferente. Por ejemplo, kumusta ka para decir ¿cómo estás? o tinidor para tenedor. Ahora bien, si pensáis que entenderéis algo de tagalo, siento decepcionaros. Apenas soy capaz de seguir una conversación y la única palabra que manejo bien es salamat para decir gracias. El inglés es manejado por la mayoría de la población (siempre que hayan ido al colegio).
Repasando por encima la Historia de Filipinas, vemos que han pasado por muchas manos y han recibido muchas y diferentes influencias. Primero recibieron oleadas sucesivas de pueblos austronesios que trajeron consigo tradiciones y costumbres de Malasia, Indonesia y el mundo islámico. En 1565 llegaría Miguel López de Legazpi, convirtiendo Filipinas en colonia española (de hecho, la denominación del país deriva del nombre del rey Felipe II). A finales del siglo XIX estalló la Revolución filipina, apoyada por Estados Unidos, logrando la independencia en 1898, momento en el que España vende la colonia precisamente a Estados Unidos por 20 millones de dólares (perdió también Cuba durante esta guerra hispano-estadounidense). Se desata entonces la Guerra filipino-estadounidense, terminando el archipiélago bajo el control total estadounidense. Años más tarde, estalla la Segunda Guerra Mundial y Japón invade el país. Las tropas aliadas derrotan a los japoneses y un año después, en 1946, Filipinas alcanza su independencia del gobierno estadounidense. Como veis, el pueblo filipino ha tenido que sobreponerse a muchos enfrentamientos.
Pero no solo en lo político. También son carne de cañón de la Naturaleza porque se encuentran en el Cinturón de fuego del Pacífico, así que cuentan con múltiples volcanes, sufren frecuentes terremotos y en la época del monzón, los tifones les hacen visitas inesperadas. Precisamente uno de esos tifones es el protagonista de mi visita a Cagayan de Oro. Y es que en esta ciudad, especialmente en el barangay (barrio) Macasanding, no olvidarán jamás la noche del 16 de diciembre de 2011, momento en el que el tifón Sendong (conocido como Washi internacionalmente), en apenas unas horas inundó todo y barrió casas y vidas. En Tambo, una de las zonas de Macasanding, estaba situado el colegio Niña Maria Learning Center, que también sufrió los más 6 metros de agua y lodo. Un año después, en 2012, justo cuando habían terminado de arreglar los desperfectos del anterior, llegó el tifón Pablo. Así que en 2013 lo cambiaron de ubicación. Lo mismo sucedió con muchas familias de esa zona, que se quedaron sin hogar y fueron recolocadas en Indahag, una región en la montaña, a unos 7 Km. al sureste de Cagayán, con mayor altitud para tratar de evitar futuras inundaciones. Pero en Indahag tienen un problema: no tienen colegios cerca. Muchas familias tienen pocos ingresos y necesitan ayuda. Se produce un elevado abandono escolar debido a esa lejanía, dado que el transporte es muy caro para bajar todos los días hasta Cagayan.
Y en éstas estoy ahora: conociendo la zona, entrevistando a sus gentes y documentando sus testimonios. En próximos posts, os iré contando más. Aquí se acaba la primera carta desde Filipinas. La meto en un botella y la lanzo al mar de Internet. Si la recibes, estaré encantada de leerte en los comentarios.
¡Tu carta lanzada al mar de internet ya recibida en Euskadi!
Lorena, ¡qué interesante todo lo que cuentas!
He leído con atención tu carta y me has dejado con ganas de leer nuevos post. Desconocía muchos de los detalles que has dado sobre Filipinas. Enhorabuena por vuestro trabajo a todos y todas los /las que habéis decidido dedicar parte de vuestro tiempo, ganas y energía a esta nueva aventura.
Me ha gustado la expresión filipina «bahala na», y espero, no sólo aprenderla, sino ponerla en práctica como filosofía de vida.
Un saludo desde Donostia y a seguir mandando cartas en una botella…
Como diría Izabela Zych: «No podemos elegir lo que nos pasa, pero sí qué hacemos con ello». Gracias por tu comentario, Nagore. Me hace mucha ilusión recibirlos en el blog :-).
Recibida tu postal desde Filipinas, un país que tengo ganas de conocer.
Estaré atenta a tus aventuras.
Gracias por mostrarnos este país.
Excelente como siempre Lorena, gracias.