Artículo publicado en el Observatorio Vasco de la Juventud.
Probablemente, si estás leyendo este artículo, te encuentres ya en un rango de edad que no te clasifique como joven. Si no es así, te pido disculpas… pero me arriesgo a pensar que no tendré que pedir muchas (y no hablo de juventud de espíritu, que de esa nos vanagloriamos muchas personas…). Eso te convierte automáticamente en el “enemigo” para muchas chicas y chicos. No solo por ser adulto, sino porque representas la autoridad (bien porque te dediques a la educación, bien porque les des lecciones y les dictes lo que tienen que hacer, bien porque seas padre o madre, o una suma de todas las anteriores).
Si antes las redes eran “bares” que concentraban públicos de diversas edades en un único espacio, cada vez se están segmentando más y generando diferentes comunidades en torno a este parámetro. Por ejemplo, Facebook está poblado por personas talluditas, empezando a captar usuarios de 25 años en adelante. El periodista y experto en internet, Dave Pell, dijo lo siguiente refiriéndose precisamente a la compra de WhatsApp por parte de Facebook: “Tienes la barba, las gafas elegantes, los vaqueros ajustados, la camiseta vintage y la última tablet cubierta con pegatinas. Pero para un adolescente, no dejas de ser otro carcamal más”. Tanto es este efecto, que Facebook ha tenido que salir de compras, no solo con WhatsApp, sino también con Instagram. E intentó lo mismo con Snapchat, pero al no lograrlo, está plagiando sus funcionalidades en todas partes. Lo efímero ha aparecido ya en forma de estados de WhatsApp, stories de Instagram e historias en Facebook. Toda una declaración de guerra y de intenciones de colonizar a ese público que se le quedaba fuera para hacerse con la tarta completa. Además de copiar el formato de temporary social media, no se han cortado ni un pelo en plagiar otra de las funcionalidades que más gustan: las máscaras faciales. Esas que te permiten publicar una foto o un vídeo en el que tienes orejas de gato o un arco iris de colores saliendo de tu boca. Pero hay algo que no han sabido copiar y que puede ser la clave de Snapchat: mantener fuera a las personas adultas.
En octubre de 2016, el Observatorio Vasco de la Juventud publicó un estudio sobre el estado y situación de la juventud vasca en redes sociales tras entrevistar a 1.500 personas de entre 15 y 29 años. Salieron datos ya conocidos, como que el 99 % es usuaria de alguna red social y que la plataforma por excelencia en todas las franjas de edad es WhatsApp, pero también aparecía que Snapchat es muy popular en el grupo de 15 a 19 años, desinflándose posteriormente.
Analizando el éxito de la red del fantasma, veo muchos patrones con la ya extinta Tuenti antes de ser adquirida por Telefónica. Una red donde en la actualidad apenas hay personas adultas ni organizaciones y que, al igual que hacía Tuenti con sus famosas invitaciones restrictivas que mantenían a ese público alejado, el uso poco intuitivo de Snapchat para inmigrantes digitales la mantiene aún como el pueblo galo y reducto de gente joven. Y es que no es de extrañar que necesiten un cuarto propio, como decía Virgina Woolf. Esa edad es clave para ir adquiriendo autonomía e independencia y al igual que no quieren estar con nosotros y nosotras cuando están con sus amistades en analógico, lo mismo sucede en digital. Escuchaba el otro día a una compañera que debemos preparar a nuestros hijos e hijas para el camino, y no el camino para nuestros hijos e hijas. Así que nos tocará desde la educación y la confianza dejarles ese rincón especial sin espiarles ni fiscalizarles. De lo contrario, con 30 años seguiremos acompañándoles a la universidad, a su trabajo o al bar con sus amistades.