Artículo publicado en la Revista Deusto Nº 137 (2018).
En el aula, para trabajar el impacto de la digitalización en la sociedad, suelo hacer una práctica con el alumnado: plantear historias distópicas narradas por la ciencia ficción a través de relatos, películas o series (normalmente allá por los años 60) y preguntar si se pueden cumplir o no en la actualidad. ¿Os apetece jugar también aquí?
La que os traigo en esta publicación es bastante reciente, porque se trata de un capítulo de 2013 de la inquietante serie de televisión británica Black Mirror: “Be Right Back”. En él se relata la historia de una joven cuya pareja muere en un accidente de tráfico. Para afrontar la pérdida, decide adquirir un software de inteligencia artificial en forma de chatbot que es capaz de generar nuevas conversaciones, basadas en las publicaciones que su novio compartió a través de las redes sociales y el correo electrónico. ¿Posible o no? Pues como imaginaréis por el título del artículo, es ya real como la vida misma (sutil juego de palabras cuando nos estamos refiriendo a la muerte).
En 2015, al padre del escritor y periodista estadounidense James Vlahos le diagnosticaron cáncer de pulmón. Estaba ya en fase terminal, así que sus últimos días se centraron en idear una forma de mantener la relación tras su fallecimiento. James hizo más de una docena de entrevistas a su progenitor, rescatando sus recuerdos y grabando todos y cada uno de las diálogos que mantuvieron. Nada más y nada menos que 91.970 palabras tras hacer la transcripción de los mismos. Y fue en ese momento cuando James recordó cómo en 1982, con tan solo 11 años, le había sorprendido enormemente un proyecto del MIT: Eliza, el primer bot conversacional de la historia. Este programa desarrollado por Joseph Weizenbaum en 1966, pretendía ser capaz de confundir a los seres humanos haciéndoles pensar que estaban hablando con otra persona a través de una pantalla. Se decía además de Eliza que era un bot psicólogo, porque su mecanismo de engaño era precisamente reconocer palabras y preguntar por ellas. Por ejemplo, si alguien mencionaba el término “hermana” en la frase, Eliza le pedía que le hablara más de su familia. Vlahos había estado trabajando no hacía mucho en un artículo para el New York Times Magazine sobre el chatbot que la empresa PullString había desarrollado años atrás para la muñeca Barbie. Así que uniendo los hilos y sus propias conexiones con las personas de la empresa, se puso en contacto con el CEO de la organización, Oren Jacob. Al contarle la historia, Jacob reconoció que una de las líneas de trabajo que barajaban era precisamente crear una tecnología para tener conversaciones con personajes que no existieran en el mundo físico, bien por ser ficticios, como Buzz Lightyear o por estar muertos, como Martin Luther King. Y así es como se puso en marcha el proyecto Dadbot.
Si esta historia os resulta inquietante, esperad… que hay más. La fundadora de la empresa de inteligencia artificial Replika, Eugenia Kuyda, resucitó también a su mejor amigo, atropellado por un coche, rescatando todas sus conversaciones de chat, correos y comentarios en redes. Creó una app denominada Roman Mazurenko (el nombre de su amigo) que cualquiera se puede descargar para su iPhone y, por tanto, conversar con el difunto.
También un grupo mixto del MIT y la Ryerson University de Canadá, con el investigador Hossein Rahnama a la cabeza, trabaja desde hace tiempo en esta inmortalidad no biológica, que consiste en la elaboración de un clon digital a partir del archivo digital que deja una persona cuando fallece: correos electrónicos, textos, tuits, etc. Pero ahí no queda la cosa, porque lo que plantean es que esa conciencia digital siga aprendiendo y evolucionando tras nuestra propia muerte.
Y es que el Internet post mortem ha llegado para quedarse. Nuestro legado digital queda almacenado en la nube para la posteridad. Según un estudio de la Universidad de Oxford, cada semana mueren en el mundo unos sesenta mil usuarios de Facebook y en 2098 habrá más perfiles de personas muertas que vivas. ¿Qué haremos con tantas tumbas digitales? Por de pronto, mi recomendación es que activéis la opción de “contacto de legado”, decidiendo qué persona de confianza gestionará vuestro perfil cuando no estéis. O también existe una opción más radical: solicitar que Facebook la elimine definitivamente el día fatídico.
Benjamin Franklin decía aquello de que «en este mundo nada es seguro, excepto la muerte y los impuestos”. Pues me temo que ya solo nos queda la parte de tributar…
Es un tema muy interesante. Cuando vi el capítulo de Black Mirror me impactó profundamente. No llevo nada bien eso de morirse o de que se mueran personas allegadas.
Vale que la parte «física» sigue estando lejos (creo).
Pero la parte de software me parece perfectamente factible y puede ser tanto una solución (para quien le proporcione un cierto confort) como un problema (para quien se obsesione con el tema).
En cuanto a que «siga adelante»… Ya se está trabajando en «programas» e incluso robots que aprenden «solos», e incluso entiendo que darle una cierta autoconsciencia a un sistema de inteligencia artificial no estaría tan lejos. Da un poco yu-yu….
Le he leído alguna reflexión entorno a estas cosas a @jzamorabonilla ahora no recuerdo (ni encuentro) dónde.
¡¡¡Muy buen artículo Lorena!!!
@xa2: creo que las próximas carreras de ingeniería deberían ir con dobles grados en filosofía y/o ética, porque la tecnología nos presenta más retos morales que nunca…