Suele ser recomendable, de vez en cuando, echar la vista atrás para comprender mejor lo que nos rodea: inteligencia artificial, machine learning, robótica, algoritmos… ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles han sido los polvos para estos lodos? Podríamos revisar las grandes obras de ciencia ficción de autores como Asimov o Philip K. Dick, que ya en los años 50 se imaginaban un mundo poblado de robots capaces de tomar decisiones de manera autónoma, pero a mí me encanta esta historia que es bastante anterior.
Hablamos, nada más y nada menos que de 1769. En la corte de María Teresa I de Austria se hizo famoso un autómata que jugaba al ajedrez llamado el Turco. Fue construido por el inventor húngaro Wolfgang von Kempelen, que además de ser consejero de la corte, era un excelente ajedrecista. Se trataba de un mecanismo de relojería dentro de una cabina de madera que era capaz de mover un maniquí vestido con túnica y turbante frente al tablero de ajedrez. Kempelen afirmaba que la máquina podría derrotar a cualquier miembro de la corte de la emperatriz, y uno de sus asesores aceptó el desafío. El autómata cobró vida, alzando su brazo de madera para mover la primera pieza de ajedrez. En 30 minutos, derrotó a su primer oponente. Durante la siguiente década, Kempelen recorrió Europa, derrotando a algunas de las mentes más formidables de la época, como Benjamin Franklin. Se enfrentó incluso a Napoleón Bonaparte aunque cuenta la leyenda que hizo un movimiento ilegal, ante lo cual el Turco respondió tirando las piezas del ajedrez. En 1819, Charles Babbage jugó dos veces contra el Turco y perdió ambas. Sin embargo, Babbage sospechó que el autómata no era «inteligente», sino simplemente un engaño elaborado, que ocultaba a una persona que, de alguna manera, controlaba los movimientos desde el interior. Y así era: la cabina era una ilusión óptica bien planteada que permitía a un maestro del ajedrez de baja estatura esconderse en su interior y operar el maniquí gracias a que los ojos mostraban las posiciones de las piezas del tablero por medio de espejos. En teoría cualquiera de los dos personas que estaban jugando podían ganar, pero el maestro escondido debajo del Turco contaba con una pequeña ventaja al poder asustar a su oponente haciéndole creer que era un autómata, algo inaudito para la época. Y diréis, ¿pero si realmente era un engaño, qué tiene esto que ver con la actualidad? Pues porque sirvió de inspiración e impulso para que Charles Babbage desarrollara la máquina analítica, que se considera la primera computadora de la Historia y a la que Ada Byron le puso programación (convirtiéndose así en la primera persona programadora de la Historia).
Damos ahora un salto en el tiempo para plantarnos en 1949. La Segunda Guerra Mundial juntó a científicos de distintas disciplinas incluyendo campos como la neurociencia y la computación. Así nació la alianza entre Grey Walter y Alan Turing. El primero, neurólogo norteamericano experto en robótica y neurofísica. El segundo matemático, considerado uno de los padres de la ciencia de la computación y precursor de la informática moderna. Pero ambos, pioneros de la inteligencia artificial. Grey Walter diseñó unos pequeños robots móviles con una carcasa de plástico que actuaba con un sensor de golpe. Las tortugas (apodadas así por su forma), únicamente sabían hacer dos cosas: sortear obstáculos de forma algo torpe y volver a su madriguera y recargar sus baterías antes de que se les agotaran. ¿A qué os suenan? Bingo: fueron las abuelas de las hoy famosas Roombas. Por cierto, estas tortugas robot son probablemente el primer ejemplo de hardware libre de la Historia. Aquí las podéis ver en acción:
Alan Turing propone en 1950 su ya famoso test de Turing que viene a decir que si una máquina es capaz de engañar a una persona y hacerle creer que también lo es, entonces es inteligente. Es aún el estándar en cuanto a pruebas de inteligencia artificial. Se sitúa a una persona en una habitación aislada que lanza preguntas y debe descubrir si quien le responde es una máquina o un ser humano. Si no es capaz de distinguir a ambos, entonces a la máquina se le considera que cuenta con inteligencia. En 2014, el chatbot Eugene Goostman que se hace pasar por un adolescente ucraniano de 13 años consigue, según sus creadores, pasa el test, aunque es una afirmación más que discutida. Eugene Goostman consiguió engañar a un 33 por ciento de los 150 jueces humanos.
Dejo aquí este primer capítulo de los antecedentes de nuestra robótica e inteligencia artificial actual. Podéis escuchar esto mismo en el programa de radio de Cadena SER «De las Ondas a la Red».