Artículo publicado en la Revista Deusto Nº 117 (invierno 2013).
El 2012 ha sido el año Alan Turing al conmemorarse el centenario del nacimiento del matemático, filósofo y criptógrafo. Uno de esos ilustres que quizás no sea muy conocido por las personas alejadas del mundo de la informática, pero al que todos le debemos mucho. Dentro de sus aportaciones encontramos la máquina de Turing, conceptualizando la computación moderna; el logro de descifrar el código de la máquina Enigma que los nazis usaron durante la Segunda Guerra Mundial para mandar mensajes secretos; o el test de Turing, relevante en el mundo de la Inteligencia Artificial. Y será en este test el que me centre, por su impacto más directo en la web.
El test de Turing es una prueba propuesta para demostrar la inteligencia de un sistema artificial. Se sitúa a un juez en una habitación aislado y en otra, a una máquina y un ser humano. Ese juez lanza preguntas y debe descubrir si quien le responde es una máquina o una persona. Si no es capaz de distinguir a ambos, entonces a la máquina se le considera que cuenta con inteligencia. De hecho, Turing aseveraba que «existirá Inteligencia Artificial cuando no seamos capaces de distinguir entre un ser humano y un programa de computadora en una conversación a ciegas». Desde 1990 se celebra anualmente una competición para programas informáticos que intentan pasar el test de Turing: el Premio Loebner. Aún ningún programa ha sido capaz de obtener la medalla de oro que se otorgará al primero capaz de emular a un humano en inteligencia utilizando, además de texto, voz y cualquier otro elemento de comunicación visual. Una vez que se consiga el «oro olímpico» de los chatbots, esta competición dejará de celebrarse. A algunos esta prueba nos recuerda al test Voight-Kampff que hacía Harrison Ford en la película Blade Runner para detectar replicantes (aunque aquí lo que se ponía a prueba era la capacidad empática de una máquina).
¿Y si os digo que casi todos los usuarios de Internet hemos sido valorados por ese test en alguna ocasión? ¿Cómo? Mediante los CAPTCHA. De hecho, las siglas corresponden a Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart (Prueba de Turing pública y automática para diferenciar máquinas y humanos). ¿Aún no sabéis a qué me refiero? Seguro que os suenan esas letras y números distorsionados que se nos presentan en algunos formularios web. Aunque en ocasiones es difícil que completemos esas pruebas incluso las personas, la idea es determinar cuándo el usuario es o no humano, para evitar que robots rellenen esos formularios con la intención de mandar spam, crear cuentas de manera masiva o bien dar con la contraseña de una web mediante ataques de fuerza bruta. Aquí, al test de Turing se le denomina inverso porque el juez es una máquina en lugar de un humano.
Incluso algunos CAPTCHA sirven para digitalizar libros antiguos gracias a proyectos como reCAPTCHA. Cuando se digitaliza un documento, se hacen fotografías del mismo que luego hay que convertir en texto. Mediante este CAPTCHA, a un usuario se le presentan dos palabras: una que es parte de esas imágenes y otra conocida para el sistema. Si la palabra conocida por el sistema es introducida correctamente por un humano, el sistema asume que hay probabilidades elevadas de que el usuario también haya introducido la palabra de la imagen correctamente. Por tanto, matamos dos pájaros de un tiro: validamos que el usuario es un humano y, de manera paralela, digitalizamos libros con este trabajo.
A pesar del legado que nos dejó Alan Turing, su carrera terminó súbitamente sin el reconocimiento merecido cuando fue procesado por su homosexualidad en 1952. No se defendió de los cargos y se le aplicó la castración química, sufriendo importantes consecuencias físicas. Dos años después del juicio, Turing falleció tras la ingesta de una manzana con cianuro. El mundo de la computación jamás le devolverá todo lo que él nos prestó.
Imagen de Solo (CC by-nc-sa)
Turing fue el ejemplo más doloroso de «usar y tirar». En la segunda guerra mundial, su condición de homosexual no era destacada ya que ayudaba en el esfuerzo bélico rompiendo códigos alemanes. En el momento en que su utilidad se redujo al campo académico, se desato una verdadera caza de brujas contra él.
En el Criptonomicón, de Neal Stephenson, Turing es uno de los personajes reales que se relacionan con los protagonistas ficticios durante el periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial. Y aunque sea un trabajo de ficción, puede ayudar bastante a comprender la circunstancia de «mientras ayude, como si no va vestido».
Me da vergüencita decirlo… pero aún no me he leído el Criptonomicón 🙁
Eso sí, estoy a punto de terminar un libro ahora y lo acabo de colar al resto de pendientes gracias a tu comentario 😀
Yo también conocía a Turing en gran parte gracias al Criptonomicón. La novela cuenta los esfuerzos de los aliados no sólo por descifrar el código Enigma, sino por evitar que los alemanes descubran que lo han descifrado. Stephenson también alude a Turing a través de un personaje ficticio, el Duque de Turing, en su novela anterior «La era del diamante». Precisamente la protagonista deberá usar el test de Turing con este personaje.
Sobre los Captcha, es cierto que cada vez me cuestan más. Irónicamente, los programas de ordenador son capaces de descifrarlos en ocasiones, aunque más por fuerza bruta que por otra cosa.