Artículo publicado en la Revista Deusto Nº 114 (primavera 2012)
El modelo de negocio estrella hoy día en Internet es el freeconomics o, dicho en la lengua de Cervantes, la «economía de lo gratis». Este término fue acuñado por Chris Anderson en 2008 para referirse a la ola que nos inundaba e inunda de plataformas que ofrecen sus servicios por cero euros. Ahora bien, si los usuarios no pagamos, ¿cómo son capaces de subsistir? Pues la respuesta quizá esté en que no lo hacemos con dinero, pero sí con nuestros datos. Ese es el caso de gigantes como Facebook, Google, Twitter,… ¿Existe una alternativa a este modelo? Además del pago por suscripción, poco a poco se empieza a mover otra corriente en la que el usuario tiene un papel más participativo: el crowdfunding o microfinanciación colectiva distribuida. Si tienes un proyecto que quieres poner en marcha, lo presupuestas y abres al público para que las personas interesadas puedan hacerlo realidad mediante pequeñas donaciones/inversiones económicas u otros recursos (tareas dentro del proyecto, nuestro tiempo, etc…). Es decir, se trata de un mecenazgo aprovechando el poder de las masas y aquello de que las montañas se componen de pequeños granos de arena. A cambio, a esos usuarios que han colaborado se les ofrece una contraprestación: accionariado proporcional, el propio resultado del proyecto, experiencias o la satisfacción de ver algo cumplido. Normalmente se estima una cantidad de dinero que pudiera costar poner en marcha esa idea y se funciona con un todo o nada: si el proyecto no reúne el dinero necesario en un tiempo determinado no se lleva a cabo y tampoco se cobra a los usuarios interesados en colaborar.
Por este método han pasado mundos de lo más variopintos: el cinematográfico con casos como el de la película El Cosmonauta que, a cambio de dos euros, incluían nuestro nombre en los títulos de crédito; el musical, con bandas como el grupo británico de rock Marillion que consiguió sufragar su gira por Estados Unidos que costó 60.000 dólares; o el editorial, como es el caso del autor e ilustrador de web-cómics, Rich Burlew, que logró recaudar algo más de 1 millón de euros a través de las aportaciones de 14.952 fans para poder trasladar sus obras a la edición impresa.
Una de las plataformas más exitosas a nivel mundial para lanzar y financiar proyectos mediante crowdfunding es Kickstarter. Creada en 2009, ha recaudado la friolera de 20 millones de euros para más de 500 proyectos. En Kickstarter no se invierte ni se presta. Se participa. A cambio del dinero, los creadores ofrecen productos y experiencias únicas como premio a quienes hagan una aportación. Por ejemplo, si un músico quiere auto-producirse su álbum, recompensa a los internautas que le apoyen con la descarga digital del mismo o bien con el disco físico. Solo admite proyectos con base en Estados Unidos y no deja que se lancen campañas que busquen obtener dinero para la caridad. Un ejemplo de uso de esta lanzadera es el que hizo Diáspora, una propuesta de red social libre donde la privacidad está gestionada por el propio usuario y que recaudó 200.000 dólares de 6.500 donantes cuando únicamente solicitaban 10.000.
El año pasado la Fundación Fuentes Abiertas decidió también lanzar su propia red social de crowdfunding, Goteo. Sin embargo, no se trata de una iniciativa más sino que cuenta con una característica diferenciadora: está dirigida exclusivamente a proyectos con «ADN abierto». Su misión principal es potenciar la creación de bienes comunes o procomún mediante el desarrollo de proyectos sociales, culturales, educativos, tecnológicos… que contribuyan al fortalecimiento del dominio público y con retornos colectivos licenciables bajo copyleft. Gota a gota la comunidad puede hacer aportaciones monetarias y colaborar de manera distribuida con servicios, infraestructuras, microtareas y otros recursos. A cambio, toda la sociedad se debe beneficiar de los resultados de esas iniciativas.
Como vemos, este modelo se presenta como una alternativa a otros basados en la gratuidad pero de igual manera en la dependencia y la instrumentalización de la información que en ocasiones «donamos» de manera involuntaria a grandes plataformas. Además posibilita que los pequeños nichos pueden tener cabida en un mundo tan globalizado gracias a la existencia de usuarios interesados y activos que los apoyan y elevan. Ante la propuesta de unificación de comportamientos que nos ofrecen los grandes de Internet, aún nos quedará un reducto para los pequeños barrios. En época de crisis, ¿qué tal si volvemos al trueque?
Imagen de anieto2k (CC by-sa)
Es muy interesante la reflexión. En cualquier caso, creo que esto del crowdfunding en la red es sólo aplicar un concepto que hemos utilizado mucho por estas tierras. De hecho, sin querer echarme flores, nosotros en Elkarri, en 2004, ya utilizamos Internet para conseguir fondos para una Conferencia de Paz. Si no recuerdo mal, por Internet llegaron 60.000 euros de un total de 300.000. También tenemos otros casos como los de Berria o las ikastolas, que hace mucho tiempo también empezaron a hacer lo mismo.
@Paul: muchísimas gracias por el comentario y los ejemplos, que ilustran a la perfección el espíritu del crowdfunding. Acciones pequeñas en este mundo global y gigante que encuentran a personas con ganas de llevarlas a cabo.