Artículo publicado en la Revista Deusto Nº 132 (2017).
Una pequeña luz parpadeante reclama tu atención. Está pidiéndote desde la distancia que cojas tu teléfono móvil porque algo espera a ser leído. Quizás sea un mensaje de Whatsapp, una mención en Twitter, un comentario en Facebook o ya, raramente, una llamada. A veces, a la luz se le suma una irritante notificación sonora o una vibración. Así durante cientos de veces al día. O quizás más, porque según un estudio publicado en PLOS one por un equipo de psicólogos, usamos el móvil casi el doble de lo que reconocemos o creemos. En la investigación se analizó el comportamiento de personas con edades comprendidas entre 18 y 33 años, a las que primero se les hizo una encuesta pidiéndoles que calcularan el tiempo que pasaban utilizándolo. Posteriormente se les instaló una aplicación que recogía cualquier interacción, durante dos semanas. El resultado arrojó que lo empleaban unas 5 horas de media al día con aproximadamente 85 interacciones diferentes, siendo este dato el doble de lo que habían estimado inicialmente. Nosotros mismos podemos hacer este experimento gracias a apps como Checky (disponible para Android y iOS), que responde a una simple pregunta: ¿cuántas veces comprobamos nuestro móvil diariamente?
Y es que para muchas personas, su smartphone se ha convertido casi en una extensión de su cuerpo, siendo lo último que consulta antes de acostarse y lo primero según se levanta. Incluso le hemos puesto nombre al miedo incontrolable a salir de casa sin él o quedarnos sin batería: nomofobia (abreviatura de la expresión inglesa no-mobile-phone phobia). Hemos desarrollado una nueva habilidad para andar por las calles esquivando personas y no despegando nuestra mirada de la pantalla, cosa que también tiene su propia nomenclatura: smombie o zombie del smartphone. Ciudades como la china Chongqing o la belga Antwerp, ya cuentan con su propio carril-móvil para evitar accidentes, y las alemanas Augsburg y Colonia han puesto semáforos incrustados en el pavimento para esta nueva tribu de cabezas que miran hacia abajo. Dejamos de ver el amanecer porque estamos ensimismados contemplando la última foto de Instagram del alba. Hemos sido víctimas en alguna ocasión del phubbing, un término inglés compuesto por las palabras phone (teléfono) y snubbing (despreciar) que nace para describir la situación en la que una persona resta atención a sus acompañantes para dedicársela a su teléfono. Y en casos extremos, incluso hemos empezado a sufrir vibraciones fantasma. Es decir, que tenemos el dispositivo en nuestro bolsillo y nos parece que ha temblado, no siendo así para nuestra frustración y disgusto.
Esta hiper-conexión, tiene muchas ventajas, pero también puede ser una fuente generadora de ansiedad en nuestras vidas, modelando además nuevos comportamientos: acelerar nuestros ritmos, limitar nuestra capacidad de atención y concentración o incluso empeorar nuestra relaciones sociales. Así que no es de extrañar que algunas personas estén empezando a decir basta. Se les denomina «exconectados». Enric Puig Punyet, Doctor en filosofía, ha publicado este mismo año el libro La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo, donde relata diez testimonios de personas que, deseosas de recuperar el contacto directo con los demás y consigo mismas, han optado, con éxito, por apagar internet. Y no lo han hecho huyendo al campo, que sería nuestro primer pensamiento. Tampoco eran personas mayores que tenían poco enraizamiento con la tecnología, que sería nuestro segundo pensamiento. Simplemente son jóvenes urbanitas que se han planteado otra relación con el mundo físico. Lo más sorprendente de esos relatos es que su proceso de desconexión no les ha supuesto ningún problema adicional, sino que han podido seguir viviendo con normalidad en sus ciudades y ejerciendo sus respectivos trabajos. Toda una hazaña hoy en día, dado que en la mayoría de ámbitos laborales se exige una conexión más allá del horario de oficina y en la mayoría de ámbitos personales, las redes e información se retroalimentan de aplicaciones como WhatsApp, quedando aislados si no estamos ahí.
Si tú también te planteas un uso más racional de internet, aunque sin llegar a los extremos de la desconexión, tienes herramientas a tu alcance como la app FaceUp. Su nombre puede ser un juego con dos significados: el verbo inglés to face up, que significa “enfrentar algo” o la suma de dos palabras, face (cara) y up (arriba), una invitación a levantar la vista de la pantalla. Sé que es un oxímoron que para desengancharte del móvil uses una herramienta del propio teléfono, pero en ocasiones, la mejor estrategia es destruir al enemigo desde dentro. Cuando te la instalas, lo primero que completas es un test para conocer tu nivel de uso. A continuación, empezará a recoger estadísticas, analizando cuántas veces miras tu móvil y cada una de las aplicaciones instaladas. También te plantea retos como no emplearlo durante las comidas, con una pestaña propia para el denominado Phone Stack, un juego que nació con el propósito de ‘civilizar’ los ratos que la gente comparte y donde quien utilice el móvil antes de lo pactado, paga la ronda. Además nos invita a no usarlo antes de acostarnos, para conciliar mejor el sueño.
Para cerrar este artículo, te lanzaré una pregunta: ¿has conseguido terminarlo sin echar un vistazo, aunque sea furtivo, a tu teléfono móvil? Te reto a dejarlo de lado unos cuantos días. Porque como dice la frase que ilustra la web de FaceUp: la vida es lo que pasa mientras miras la pantalla de tu smartphone. Levanta la vista y disfruta de lo que ocurre a tu alrededor.
Gracias por tu artículo. Este año me he propuesto apagar el teléfono de 22.00 a la hora que me levanto y lo voy logrando. Quedarme sin batería en móvil es un alivio, así no lo miro más 😉 Y he logrado terminar el artículo sin mirar el móvil, porque lo estaba leyendo en el móvil 😉 Creo que usar con sentido cualquier tecnología, es la clave. Pero la clave es encontrar ese sentido en su justa medida.
@Mentxu: ¡Gracias por el comentario! El sentido común… el menos común de los sentidos 😉 .
Kaixo Lorena, tus escritos me han estimulado a pensar en el tema. voy a intentar no utilizar el teléfono a partir de las 10. Tengo una dificultad, es a partir de esa hora cuando repaso mi correo´, pero…
gracias.
@maria luisa: ¡Qué alegría leerte también por aquí! No es necesario tener un horario de desconexión estricta. Siéntete libre de conectar y desconectar cuando quieras y lo necesites. La clave es que tú domines ese deseo y no sea el deseo el que te domine a ti.